Por: Jhad
Mientras la producción del noticiario, Así es la Noticia, de Radio 13, preparaba la entrada para la sección deportiva después de regresar de comerciales, el conductor Eduardo Torreblanca, observaba en uno de los canales de CNN, la forma dramática en que un avión se estrellaba en una de las Torres Gemelas en Nueva York.
Al regresar al aire, Torreblanca daba cuenta de lo sucedido a su auditorio. Sin saber la magnitud de la desgracia, señaló que posiblemente se trataba de un accidente aéreo.
Sin embargo, minutos después, un segundo avión se incrustaba directamente en la otra torre. El silencio se hizo eterno. La incertidumbre presagiaba una desgracia de grandes proporciones. Los teléfonos de la cabina empezaron a sonar incesantemente. Algo muy grave había sucedido.
Eran las 8:46 de la mañana de ese martes 11 de septiembre de 2001. Era un día diferente porque después de ese evento, el mundo nunca volvería a ser igual.
El poderoso país del norte había sido atacado en sus símbolos más emblemáticos, el World Trade Center, el Capitolio y el Pentágono. El mensaje estaba claro. Era una declaración de guerra. El grupo terrorista Al Qaeda la firmaba.
Los miles de testigos que seguían atentos la información que se transmitía en vivo por la televisión norteamericana, observaban que los ataques eran sincronizados y letales. Parecía el fin del mundo.
En la cabina de Radio Trece, Abraham Zabludovsky tomaba el control de la transmisión y contaba paso a paso lo que acontecía en Estados Unidos. Era un día extraño, diferente, desolador.
Nadie de la producción se fue a su casa. La noticia exigía estar atento a las posibles repercusiones de ese acto terrorista. No era para menos, la paz del mundo pendía de un hilo. Fue un martes aterrador.
Han pasado 18 años de aquel 11 de septiembre de 2001. Miles de teorías conspirativas aparecen cada vez que se habla de las Torres Gemelas.
El mayor ataque terrorista en la historia de los Estados Unidos dejó un saldo perturbador: casi 3000 personas muertas, 6000 mil heridos, pérdidas económicas incalculables y miedo, mucho miedo.
Hoy, uno de los personajes a quien se culpó directamente del ataque, Osama Bin Laden, está muerto. Murió en 2011, en una operación secreta en Pakistán.
Otro, George Bush, el entonces presidente de Estados Unidos, goza de cabal salud, esperando que la historia lo absuelva de las sospechas que pesan sobre él.
Cinco hombres más, están detenidos en la Isla de Guantánamo en Cuba, esperando sentencia. Incluyendo al autor intelectual del ataque, el pakistaní Khalid Sheikh Mohamed.
Cientos de damnificados esperan justicia, el dolor solo lo curará el tiempo.
Planeado o preparado, este acto terrorista pudo servir para que el mundo activará protocolos de seguridad más severos. Eso es lo rescatable.
Pero la guerra imparable por imponer ideologías continuará hasta el fin de los días. Esa es la desgracia.
El terrorismo es una amenaza mundial que persiste y evoluciona. Ningún país está inmune ante este flagelo incontrolable.
Aquel 11 de septiembre de 2001, el mundo cambió. Nada volvió a ser igual. La seguridad en las fronteras, en los aeropuertos, en las carreteras y en las plazas se perfeccionó.
En efecto todo cambió, lo único que no lo hizo, fue la perversidad de la mente humana. Esa, por el contrario, se fortaleció.