Por.- JULIO OLVERA ROSAS
En una sociedad como la nuestra con gobiernos neoliberales, la prioridad fue siempre el gran capital. Todo fue planeado para generar beneficios a los dueños del dinero con la justificación de que las inversiones detonan el desarrollo de la economía.
Sumado a la promesa eterna de que esta medida crearía un ambiente propicio para ofrecer una mejor calidad de vida a la población en general, sin embargo, la realidad es totalmente opuesta.
La distancia entre la élite del poder político-económico y las mayorías se ha hecho abismal. En esa ponderación al factor económico, la corrupción ganó terreno y los sistemas educativos y de salud perdieron importancia, al tiempo de potenciar los problemas sociales que se consideraban comunes o cotidianos.
Desde luego que la delincuencia siempre ha existido, pero con la prioridad del modelo neoliberal hacia el dinero, las situaciones se agravaron.
Robos en sus diferentes modalidades, adicciones a las drogas como el tabaco y el alcohol, entre otros. Miles de crímenes, por desgracia también sucedían, pero ahora se incrementaron considerablemente. La corrupción y la impunidad se afianzaron.
Enfermedades como la diabetes, la hipertensión, el cáncer, la obesidad no son nuevas. Los problemas emocionales como la depresión, la ansiedad, la paranoia, la psicosis, la intolerancia, los problemas familiares también estaban presentes en nuestra sociedad.
Lo que ahora llaman “bullying” se daba en todas las escuelas. La discriminación no era desconocida para muchos que la vivieron. Sin embargo y a pesar de todo lo negativo que fuera la situación de aquellos años, no se daba el desbordamiento que se dio durante la época neoliberal.
Había un algo que lo contenía. Dentro del núcleo familiar, de las escuelas, o en los ambientes sociales. Los propios medios de comunicación actuaban con cierta responsabilidad moral. Había sensibilidad humana y valores morales. Se educaba para convivir en armonía social.
Probablemente los políticos tenían su aspecto negro, y muy negro, pero algo hacían o algo sucedía para evitar que los problemas se salieran de control y golpearan tanto a la sociedad.
Sí, había mucha atención al aspecto económico, pero no se descuidaban del todo, los dos polos vitales para el bienestar de la sociedad: El sector Educativo y el de Salud.
La debacle se dio al decidir enfocar todas las baterías al supuesto desarrollo económico y a los intereses personales y de grupo. Cuando se permitió sumir a la sociedad en una batalla sin fin por la supervivencia económica y sus consecuencias obvias.
Cuando crear consumidores fue más importante que procurar una educación de calidad y un eficiente aparato de salud para el bienestar de la población. Acrecentar el capital fue más valioso que procurar el bien social.
En esa búsqueda del supuesto desarrollo económico, la educación perdió la brújula, lo mismo que la salud, sobre todo la emocional. Se descuidó la parte más esencial del ser humano: sus valores y su salud física y mental.
Se rompieron límites de manera ilógica. Si en verdad se deseaba lograr una sociedad competitiva, lo primero que debía de hacerse era realizar proyectos para tener ciudadanos competentes, intelectual-física y emocionalmente. Ciudadanos comprometidos con el presente y futuro de la Nación.
El plan fue totalmente opuesto. Se acorraló a la población. Lo importante era abastecer al sistema neoliberal sin importar lo personal, lo familiar y lo social.
Se liberaron las jornadas y días laborales, se acotaron los derechos de los trabajadores y la oferta de empleo bien remunerado disminuyó con respecto a la demanda. Por supuesto que hubo consecuencias en todos los sentidos.
Hoy diagnosticar el estado real de toda la sociedad en su conjunto es un gran reto. Meterse a sus entrañas para saber cómo y porqué enfrentamos lo que estamos viviendo ya de sí, es complicado, como complicado es hallar las estrategias que frenen primero y luego reviertan la descomposición social.
Pero, es más difícil aún, convencer a la población de que se involucre en la aplicación de las estrategias que se requieran para cambiar y mejorar. Es aplicar un cambio radical al modo de vida establecido.
Es romper inercias, afectar intereses particulares y de grupo. Es cumplir normas, reglamentos y leyes. Es atenerse a consecuencias. Es actuar conscientemente.
¿Que la economía es lo más importante tal como se mueve el mundo? Probablemente. Pero igual o más importante es la educación integral de la sociedad. Un país que aspira a la paz, a la vida digna de sus habitantes, a la participación propositiva y a la felicidad, obligatoriamente tiene que atender desde la raíz su sistema educativo y hacer funcional su sistema de salud.
La posible riqueza generada por una buena administración oficial se puede volver insuficiente ante una población enferma física y emocionalmente. Entreguémosle herencia a alguien mal preparado, enfermo física y mentalmente y veremos qué sucede.
No hay opción. Si se quiere un cambio de ruta en beneficio de toda la sociedad hay que meterle toda la carne al asador a la educación y a la salud.
Si queremos dejar de vivir en la incertidumbre, en la corrupción, en la inseguridad. Si queremos gobernantes sensibles a su sociedad. Si anhelamos disfrutar de una vida digna. ¡Apostémosle a la educación!
Crear un proyecto valiente y ejecutarlo es un acto de racionalidad, de supervivencia. A todos los habitantes de nuestra nación nos conviene. Aunque por intereses económicos o políticos se oponga resistencia, en el fondo sabemos hacia dónde hemos dirigido el barco y su posible zozobra si no se da un golpe de timón.
Somos dueños del presente, pero el futuro no nos pertenece. No tenemos derecho a cancelar la posibilidad de mejores oportunidades a las futuras generaciones a cambio de la riqueza inmediata que desean quienes siguen interesados en mantener las cosas como están.
La solución al problema educativo y de salud hace algunos años pudo haber sido preventiva, ahora tiene que ser correctiva. Si seguimos postergándola tendrá que ser por urgencia, situación a la que no debemos llegar si se actúa a la voz de ya.
En manos de todos está la decisión del rumbo a seguir.