Por José Hermilo Amezcua
Sin importar condición social, color o raza, la triste noticia del fallecimiento de José José, ha conmovido a la mayoría de los mexicanos. Su muerte ocurrida en Miami, altera el pulso cotidiano de este México tan singular y el ritual de despedida volverá a presentarse de nueva cuenta, como la ha sido cada vez que muere alguien que se identifica con el pueblo.
Este fin de semana, el último de septiembre, la voz del príncipe de la canción sonará como nunca en las casas, en lo iPods, en los celulares y en los estéreos de los millones de seguidores que tenía el artista. Su discografía se venderá a raudales, en tanto el dolor de su partida vaya disminuyendo con el transitar del tiempo.
Un cáncer de páncreas y un sinfín de complicaciones en su organismo, arrancaron el último suspiro al ídolo de muchos enamorados, adoloridos y olvidados. Tenía 71 años.
Y como siempre, habrá vigilias, retratos con su imagen adornadas de flores, homenajes en la radio, en la televisión. Surgirán de los rincones más inverosímiles fans que llorarán la pérdida como si fuera un familiar. Los lugares donde nació serán visitados y se harán verbenas de dolor por que ha muerto el ídolo.
Y aunque pareciera absurdo, muy pocos conocían a José Rómulo Sosa Ortiz pero le lloran porque para muchos, las canciones de José José son parte de sus vidas. Es el amigo que guía con sus canciones, que acompaña y que aconseja. Que abraza con el sonido de su voz y consuela el dolor que causa el mal de amores.
Resulta casi imposible que en México alguien no conozca una canción interpretada por el artista nacido en la colonia Legaría, en Azcapotzalco, el 17 de febrero de 1948. Eso la garantizan los casi 120 millones de discos vendidos a lo largo de sus 50 años de carrera.
Para el terapeuta argentino, Jorge Bucay, llorar la muerte de un ídolo es necesario para una sociedad. Hay que sentir el duelo, expresar tristeza, celebrar la vida y la obra artística del hombre que se ha ido. De esa manera se abre el corazón al dolor y más rápido se encuentra la resignación.
En las sociedades de consumo, los ídolos se producen y son idealizados. Son elevados a grados de deidades. En ellos se proyectan fantasías de poder, dominio y control. Es un fenómeno común en estos tiempos. José José tuvo esas características por casi tres décadas en nuestro país y quienes hoy lo lloran, son los damnificados de sus canciones.
Sin duda alguna que era un ídolo. Su vida llena de excesos le convirtieron en un ícono popular, además su gusto por el alcohol le colocaba en una posición muy terrenal que era imitada por cientos de hombres. La bohemia era parte de su historia.
Su prestigio era enorme, la fascinación por tener algo de él era común. Sus canciones llenaban cualquier hueco existente en las relaciones amorosas. Era el amigo que te daba consejos, que te hacía llorar o reír.
Se ha ido el príncipe de la canción. Se fue el ídolo y su enorme voz. Se fue el hombre de la bohemia. Se fue tan lleno de amor por parte de sus seguidores.
Quedan sus canciones que, posiblemente seguirán escuchándose para enamorar a alguien. Para ponerlo alegre o muy triste. Para regalar caricias, para encender corazones, para dudar, para sonreír, para servir de inspiración, para llenar un espacio vacío.
Se va el cantante pero se queda su obra musical, se va a la inmortalidad pero se queda por que todos o casi todos, llevamos un José José dentro de nosotros.