Por Aida Flores.
@missrespetos
Al abrir los ojos por la mañana, Valeria decidió que ese era el día en que iba a embarazarse. Como estaban en julio, daba el tiempo justo para que sus gemelos, porque ya había decidido que serían gemelos y hombres, fueran además piscis, el signo zodiacal de los artistas por antonomasia. Así de simple. Sería muy preciso decir que ella a sus hijos no “los tuvo”, los decidió.
Sólo fue cuestión de llevar a cabo el plan con estricta disciplina. El hombre al que amaba dormía junto a ella, porque ¡feliz coincidencia!, era su esposo. Bastó con hacer un pequeño, sugerente, irresistible movimiento de cadera, heredado sin saber cómo de las más célebres cortesanas, (para no decir putas) de la historia y él, que estaba perdido por ella, con dos movimientos de amante experto la penetró al mismo instante en que terminaba de despertar. Lo volvía loco la forma en que su mujer podía decirle las cosas mas soeces mientras ponía su más dulce carita, y ella, al hacerlo, viéndolo fijamente a los ojos, invocaba silenciosamente desde el corazón al espermatozoide más poderoso de su marido. Por fuera calculaba el ángulo perfecto, ese que acentuaba sus curvas y permitía una penetración impecable; y mientras él se aferraba a su cadera como el arrepentido al perdón, ella ordenaba a su óvulo no poner resistencia alguna, recibir a ese espermatozoide como el rey que era, el que engendraría a sus ya muy amados gemelos y cuando lo hiciera dividirse en dos partes idénticas al instante. En su cuerpo, daba a sus movimientos la velocidad perfecta; sus pensamientos decidían el color de los ojos felinos de su par de hijos, y que su destino iba a ser el de genios. Era una mujer poderosa, en pleno dominio de todas las dimensiones de su ser. Sacaba la lengua, buscando desesperadamente la de ese hombre que cumpliría su ferviente deseo de ser madre, al tiempo que decidía cómo se llamaría el primero: Antonio. Daba una mordida al pezón de su amado, mientras el nombre de su hijo, menor por un segundo, le llegaba de forma natural: Patricio…. Y entonces… sí, ahora entendía que desear controlarlo todo es una de las mayores estupideces que se pueden cometer.
Aún hoy, 40 años después, tras 10 de no ver a ninguno, la culpa le carcome hasta la ropa mientras los espera en ese café.
Párate en una esquina y observa a toda la gente que camina por ahí. Puedes estar seguro de que cada persona que pase frente a tu nariz viene de un orgasmo obvio: el de su padre. Muchos menos son los que vienen bautizados también con el orgasmo de su madre y muchísimos menos aún los que son llamados a este mundo por un orgasmo de esos que funden los dos planetas lejanos que son la sensibilidad femenina y la masculina, volviéndolas una sola por un momento de esos que te dejan un tatuaje invisible en la piel y el alma… esos no pueden ser como el resto, quedan marcados de por vida.
Para cuando tenían 15 años, nadie más que su madre era capaz de diferenciarlos. Eran un juego de hologramas imposiblemente idéntico. Tanto que había incluso gente que los tomaba por el mismo ser humano. En todos lados les ofrecían ¿quieres agua?, en singular, y les traían un vaso nada más, como si frente a ellos hubiera solamente una persona. En cambio Valeria sentía de manera muy transparente quién era quién. Podía identificarlos desde el vientre. Eran idénticos físicamente y casi en sus personalidades, excepto por un rasgo. Ambos eran apasionados como resultado de esa mañana en que fueron concebidos, pero Patricio muchísimo más que Antonio. La gran culpa de su vida fue dejarle ese legado a su hijo menor, pues la pasión a ese extremo es un huracán que vive dentro de ti y si te descuidas va a arrancarte del suelo para no regresarte jamás. Le costaba perdonarse. Mientras los esperaba, recordaba, reprochándose aún, el momento en que al elegir el nombre de Patricio aquella mañana, un orgasmo de tormenta eléctrica declaró la independencia de sus entrañas, que no se iban a estar esperando a que ella terminara su obra, regando todo el ser de Patricio de existencia en su estado más puro. Dios sabe todas las veces que rogó con el alma que él pudiera sobrellevar ese destino que le había tocado. Sabía que esa pequeña diferencia iba a ser toda la diferencia. Vivió por años a la expectativa de cada respiración de Patricio, esperando por el cómo.
Las cosas se tornaron más inverosímiles aún mientras crecían, pues resultó que no sólo eran gemelos en cuerpo y casi en alma, sino en acontecimientos de vida. La existencia parecía entretenerse enfrentándolos a las mismas situaciones al mismo tiempo. Valeria ya sabía: Antonio llegaba quejándose de un maestro pesadilla, y éste se duplicaba como por arte de magia en la vida de Patricio. Antonio pactaba, Patricio mandaba todo a la mierda. Sus diferentes personalidades empezaban a despuntar, abriendo el comienzo del abismo entre ellos. Aún no era muy notorio. Y mientras tanto los acontecimientos gemelos seguían pasando con precisión milimétrica. Como el día en que Valeria, empezó a notar en Antonio esa desazón, ese no estar en ningún lado de los que se enamoran y a las pocas horas notó lo mismo en Patricio. También les rompieron el corazón al mismo tiempo y Valeria supo entonces que su vocación de artistas estaba por emerger. No se equivocó. Los dos decidieron que lo suyo era la música. Los dos eligieron la batería. Los dos tocaban prodigiosamente en poco tiempo. Sus destinos eran una bomba en cuenta atrás, esperando a explotar, sentía acercarse ese momento de manera inminente.
Pero mientras tanto disfrutó cada segundo la adolescencia de sus hijos. Fue una delicia para ella. Los amaba con ese amor que borra el resto del mundo. Antonio era la pasión perfectamente esculpida por la disciplina. Ejercicio de 7 a 10 con especial énfasis en abdomen y brazos para tener más fuerza en los golpes, comida balanceada, ocho horas de sueño. Largas sesiones de escucha de vinyles, desentrañando a los consagrados del jazz. Patricio no pensaba. Una vez que se enamoró de la música, se convirtió en una bestia poseída. Abría los ojos y se iba directamente a la batería… para él eso de hacer ejercicio, comer balanceado y dormir para tocar mejor eran joterías. Lo único que deseaba hacer era darle con todo lo que era y hasta con lo que no. Desplegarse sobre las tarolas, los platos y los toms como si quisiera desarmarla, sin importar las horas que le cotara volver a ponerla junta. Cuando tocaba se sentía inclusive un ligero tremor en los cimientos de la casa, de las casas de la cuadra, de las casas de la ciudad…
Valeria de pronto se vio inscrita en las filas eternas de los padres que se mienten a sí mismos para no confesar que uno de sus hijos los derrite más que el otro. También ella se contaba esa mentira y sin embargo…
Escuchar a Antonio era hipnotizante. Los fugaces patrones apenas sugeridos, rotos, sustituidos, abandonados y finalmente resucitados cuando ya casi los habías olvidado, los silencios controlados con precisión casi militar. Empezaron a apodarle “el metrónomo humano”. Era un prodigio. Pero para escucharlo uno tenía que pensar. Y cuando acababa, era fácil y rápido reponerse, tomar una copa de vino, felicitarlo sinceramente por su desbordado talento e irse a dormir. Era perfecto. Tal vez demasiado. Una exhibición de esgrima musical impecable. Pero su forma de tocar no ponía en peligro la integridad del alma.
Escuchar a Patricio… no había forma de pensar… una inclemente legión de astillas metálicas salían despedidas de la batería con cada golpe que él le daba, entraban por su oído, convertían a su cerebro en territorio conquistado, desconectándolo, entraban en su sangre y le daban nuevo brillo a ese orgasmo que le había dado a él su nombre y cuya energía había quedado viviendo para siempre en el torrente sanguíneo de Valeria, como una estrella muerta cuyo resplandor se niega a desvanecerse en el universo. Una auténtica fuerza de la naturaleza. Navegaba de forma demente la pasión, los sentimientos, las sensaciones, rozaba con el éxtasis y regresaba. Uno se sentía demolido, no había forma de salir inmune.
Así que no le sorprendió cuando él llegó un día con la noticia: “un productor va a grabarnos un disco”. No dijo más, hizo maletas y se fue. Su madre tuvo que enterarse después en internet que no era cualquier productor, sino el productor de la banda de rock progresivo británico más legendaria de todos los tiempos. Esperó casi con cronómetro en mano cómo esa noticia se iba a duplicar en la vida de su hijo, el (un segundo) mayor. Antonio llegó con la noticia de que le habían dado una beca en Berkeley. Y ella supo que el hechizo había acabado, a partir de ese momento el destino se iba a ir moldeando diferente para cada uno. Cada uno tendría que forjarse su propio futuro allá en el mundo. Nadie está más solo en la vida que un padre viendo a su hijo enfrentar su destino. Valeria sintió miedo. Un miedo inútil porque ya no podía hacer nada mas que estar pendiente de ambos desde lejos. ¿La pasión desbordada de Patricio? ¿La disciplina apasionada de Antonio? ¿Cuál de los llegaría más lejos? …
Recibía extasiada las noticias de ambos: Antonio se había convertido en músico de sesión y cada mes grababa con una diferente leyenda del jazz actual. Su disciplina seguía siendo férrea. El grupo de Patricio agotaba localidades en cada lugar en donde se presentaba. Estaba grabando un segundo álbum. Sus composiciones causaban histeria colectiva. Sus dos hijos triunfaban en la vida. Quizá ella había exagerado con sus reparos con respecto a Patricio. Él había encontrado la forma de sublimar la pasión limítrofe que ella le había heredado. Había salido todo bien a pesar de la autonomía de su clítoris aquella mañana. Podía estar en paz. Las últimas noticias eran que el productor quería que Patricio relevara al veterano baterista de la banda. Eso lo convertiría en el baterista mexicano más grande de todos los tiempos. A Antonio tampoco le iba mal, había musicalizado la película de un director famoso y ganado bastante notoriedad por mérito propio. Estaba nominado al Oscar y a punto de entrar una vez más a un estudio de grabación, pero esta vez en la portada iría su nombre. Esta vez, la estrella era él. Valeria dormía profundamente, el alma con la satisfacción de los que se salen con la suya, cuando el huracán golpeó. Un camión había arrollado a Patricio. Estaba en el hospital, Nadie sabía si iba a volver a caminar o a mover los brazos. ¿Qué carajos hacía a media noche en el barrio más peligroso de la ciudad? Comprando droga. Claro, pensó desgarrada, no era suficiente el highway de emociones en el que de por sí vivía, él necesitaba más.
El Top Chart de UK, el productor legendario y el pulso del rock progresivo no iban a detenerse esperando a que Patricio sanara. ¡Con que toda su pasión sólo le aseguró el lugar de headliner en el olvido! Pensó su madre viendo a los ojos la tragedia que siempre temió.
Valeria vio por TV cómo le daban el Oscar a su hijo mayor en el hospital. Mientras Antonio era nombrado el baterista mexicano más grande de todos los tiempos, el único ritmo alrededor de Patricio era el del monitor conectado a su corazón para asegurarse de que aún estaba vivo.
Una vez que salió del hospital estuvo una temporada en la casa. Cuando se recuperó se fue sin decir a dónde ni con quien. Para Antonio el fracaso de su hermano fue intolerable. Y Patricio tendría que vivir de ahora en adelante con que su hermano hubiera usurpado el lugar de mejor baterista mexicano de todos los tiempos, que el destino le tenía originalmente reservado para él. La única forma de todos de sobrellevar las cosas fue la distancia. Diez años de distancia.
Ella ni siquiera había querido ver las noticas de ninguno de los dos. Patricio había recuperado la movilidad y sobrevivía de dar clases. Daba algunos conciertos cuando su grupo se reunía para darle respiración de boca a boca a sus glorias pasadas. Pero en una grabación que había escuchado por casualidad, percibió que las astillas metálicas aún estaban ahí. Antonio vivía instalado en la gloria. Era cada vez mejor, aunque… ¡Así que había ganado la disciplina! En el fondo de su corazón siempre había creído que ganaría la pasión. Diez desgarradores años. Por fin había tenido el valor de pedirles la reunión con pretexto de su cumpleaños. ¿Podrían sobreponerse?, ¿sabrían aún cómo ser una familia? De pronto la puerta se abrió, los vio entrar juntos, aparentemente ellos se habían quedado de ver antes. Seguramente tenían cosas que hablar. Se pararon frente a sus ojos. Seguían siendo un espectáculo impresionante, pero hoy Valeria no podía creer lo que veía. Esas dos gotas de agua que habían salido de su vientre, ahora no podían ser más diferentes. La personalidad de cada uno había emergido, poderosas como el cauce de un río, con tanta fuerza que habían alterado el físico de cada uno al punto en que ya no se parecían en nada. Ahora se parecían única e irrenunciablemente a sí mismos.