Por: Jhad
Este primero de diciembre se cumple un año de la llegada a la presidencia de Andrés Manuel López Obrador, con una aceptación popular superior al 60 %, lo que resulta sorprendente, si se toma en cuenta que los problemas del país siguen presentes, sin que se vean cambios reales y efectivos.
Después de 365 días de haber asumido el poder, el enorme capital político del primer mandatario no ha sufrido grandes variaciones, a pesar de que mucho de lo prometido no empieza a fraguarse. No parece lógico.
El ambiente económico del país no es favorable. Las condiciones generales tampoco son las mejores.
Sin crecimiento y cerca de una recesión técnica, sin grandes inversiones, por la poca certeza que brinda la política de austeridad del nuevo gobierno a los dueños del dinero, más la poca capacidad adquisitiva de la población en general, dejan un escenario poco alentador.
Pese a ello, el presidente y su popularidad continúan intactas.
La inseguridad sigue enquistada en todo el territorio y la instalación de la Guardia Nacional no ha sido suficiente para minar el terrible efecto que deja la delincuencia organizada y la común, que mantiene con miedo a la población en general.
La cifra de 80 homicidios dolosos diariamente en el territorio nacional, está a punto de convertirse en la más elevada de la historia y, aun así, la figura de López Obrador no ha sufrido daños que le resten popularidad.
Los medios de comunicación adversos a la cuarta transformación han tratado de capitalizar lo que es evidente y no dejan de culpar de todos los daños que tiene el país, al político nacido en Tabasco. La campaña de odio no tiene límites ni fin.
Esta acción no parece perjudicar al presidente. Al contrario, lo fortalece. Esta ha sido la constante en el primer año de su gobierno y todo indica que así seguirá hasta el resto del sexenio. Nada parece opacar a López Obrador.
Acostumbrado a la adversidad desde hace mucho tiempo, el presidente ha contrarrestado la ofensiva de esos medios con sus conferencias matutinas, donde defiende su postura, reta a los que considera sus adversarios, discute y se da el lujo de exhibirlos.
Así ha construido su figura. Le gusta confrontarse. Es su naturaleza. Nunca se guarda nada. Dice lo que piensa y lo que siente. Es por ello que su popularidad continúa en niveles muy aceptables. Porque se muestra como es. Es un mago de la propaganda, de la política y del manejo perfecto de los tiempos.
Capaz de cambiar la atención de lo importante a lo sencillo, el presidente ha construido su imagen con un discurso dirigido a los que menos tienen. Ese es su acierto y su poder. Su llegada a la presidencia es el resultado del hartazgo ciudadano de las múltiples tropelías de los gobiernos priistas y panistas.
Su persona representa la esperanza de cambio para muchos, sobre todo a las clases populares, las olvidadas y marginadas. Las que, por desgracia son mayoría en este México real, de 130 millones de personas.
Solidario con ese sector, no hay día donde López Obrador culpe a sus antecesores de las malas condiciones en que dejaron el país y de su olvido. Su arenga va en contra de los sexenios corruptos del pasado. Eso le gusta a la gente. Eso los engancha a él y él se engancha a ellos. Esa es la magia del presidente y lamentablemente, también es el problema.
Es la magia, porque su discurso crea en sus seguidores una sensación de tranquilidad, bienestar y justicia. Sus visitas cada fin de semana a poblaciones olvidadas por las administraciones anteriores, le suman muchos puntos a su popularidad.
La ayuda económica a la gente de la tercera edad, a los discapacitados y a los jóvenes son sus mejores aciertos. Suma simpatías, agradecimientos y lealtades. Sin duda, el presidente es un mago de la comunicación política y social.
Es el problema y sí, vaya que es un serio problema porque el presidente parece olvidar que gobierna a todo un país. Un país con distintos protagonistas, con diversos escenarios, con diferentes estilos. Un país de ricos y pobres donde cada quien, en su trinchera, busca su mejoría y ninguna de esas circunstancias las contempla el jefe del ejecutivo.
Es de enorme mérito gobernar para los que menos tienen. Es una excelente idea, pero un verdadero estadista gobierna para todos, sea cual sea su condición, y ese es el principal reto del presidente. Si logra hacerlo, si lo entiende y lo aplica, su mandato será recordado por ser diferente y el mejor. De lo contrario será uno más. Aquí ésta la clave. Ya lo veremos.
Este domingo primero de diciembre se cumple el primer año de gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Llega fuerte con un amplio margen de aceptación ante la sociedad.
Aunque los cambios prometidos son muy pocos. La oposición torpe no ha podido colocarse como un contrapeso real a la cuarta transformación y en el escenario nacional, no hay nadie que pueda quitarle la popularidad al presidente.
Continuar con el encanto con el pueblo parece fácil para el mandatario, sus habilidades comunicativas son poderosas, sin embargo, un error, un exceso de soberbia o su proclividad a dividir entre buenos y malos, pueden terminar con el sueño de muchos.
A falta de cinco años por gobernar, la pregunta es sencilla: ¿seguirá el encanto del dos de julio de 2018 o se terminará el sueño para convertirse en pesadilla?
El único que puede contestarlo, es el propio Andrés Manuel López Obrador, porque él es el mago. Es el que tiene el control de su gobierno. Es el dueño absoluto del escenario nacional. Es el que toma las decisiones. Él es su fuerza y también su propia debilidad.
Un año y cinco más por correr. ¿Continuará el encanto o se acabará el sueño? Andrés Manuel tiene la última palabra, porque todo está en sus manos…